Mujeres, 16 de marzo 2014

 Malalai Joya y Pilar Requena

Cuesta creer que la mujer que se sienta junto a Pilar Requena, en el escenario haya sufrido siete intentos de asesinatoy haya sido amenazada con ser violada por exponer sus ideas en el Parlamento de su país. Parece mentira que esta mujer haya crecido en un campo de refugiadosy se haya visto abocada a vivir en la clandestinidad por defender los derechos de las mujeres de Afganistán y del pueblo afgano en su conjunto.

Considerada por muchos como la mujer más valiente de Afganistán, Malalai Joya, no parece guardar rencor detrás de sus grandes ojos. Cuando habla sus palabras suenan pausadas pero seguras. Reconoce la suerte que tuvo al crecer en el seno de una familia que siempre creyó en los derechos humanos,especialmente su padre, a quien considera el impulsor de su activismo. También agradece la influencia que en ella ejercieron los profesores que tuvo de niña quienes, asegura, le abrieron los ojos mostrándole la historia de su país y dándole a conocer a otras heroínas afganas.

Malalai sabe bien cuán importante es la educación para impulsar el cambio. Ella misma se inició en el activismo participando en la organización de escuelas clandestinas, en donde incluso ha impartido clase a su madre.“La educación es la esperanza”, afirma con rotundidad. Esa educación que se niega a las niñas y que ve cómo son falseados sus índices de escolaridad, datos al servicio de la propaganda de un gobierno que ella califica de marioneta. Se refiere al gobierno impuesto desde EE.UU tras la invasión de sus tropas y que está liderado por los señores musulmanes, “esos con los que decían que llegaría la democracia pero que poco se diferencian de los talibanes”, denuncia.“Nosotros no queremos una invasión militar, queremos una invasión de escuelas”, alega.

Para Malalai, la OTAN traicionó a la democracia con su ocupación y, asegura, que en Afganistán se instauró así un caricatura de esta, por lo que propone que las elecciones pasen a llamarse selecciones,“porque al próximo presidente también lo va a poner la Casa Blanca”. No duda enrelacionar imperialismo con fundamentalismo, afirmando que se unen y hacen las mismas barbaries. Tampoco titubea al hablar de la ONU, de quien destaca su actitud pasiva y sobre cuyas políticas no tiene ninguna esperanza. Defiende una retirada inmediata de las tropas extranjeras y cree fervientemente en el poder de su pueblo, “sólo la nación se puede liberar a sí misma, sólo nosotros podemos cambiar”, asegura, “los afganos estamos empezando a cambiar, pero los señores de la guerra no nos dejan”. Añade que existe un movimiento político poco conocido de puertas afuera, “la resistencia de las personas corrientes es la esperanza, son héroes secretos, los medios no informan de sus acciones”, quizá no interese, reflexiona.

“Los señores de la guerra se visten de trajes enmascarados de democracia e infectan y corrompen las instituciones”, explica. Como la justicia, esa que absuelve a quienes violan, cuelgan o dan palizas a base de latigazos a las mujeres hasta llevarlas a la muerte o al suicidio. Para una afgana no debe de ser fácil reconocer que en su país “matar a una mujer es más fácil que matar a un pájaro”. Pero Malalai no quiere olvidarse de los hombres activistas, de sus compañeros, a quienes agradece y engrandece su labor y valentía ya que ellos no pueden esconderse detrás de esa especie de protección en la que, en muchas ocasiones, se convierte el burka.

Aunque no le gusta hablar de su vida privada, Malalai Joya confiesa que no es fácil vivir en la clandestinidad y que, a pesar de la protección que tiene, no se siente segura. Tras su expulsión del parlamento afgano, sus enemigos pensaban que su voz se acallaría, pero todo lo contrario, su voz llega más lejos y se siente muy apoyada. Es consciente del peligro que corre, de que quieren acabar con ella, pero lo tiene muy claro:“el peor enemigo de mi pueblo es el silencio”. Afirma que no tiene miedo a la muerte, “si algun día me callo, será el día que me maten”.

La serenidad con la que habla Malalay Joya contrasta con la barbarie que asola su tierra, esa barbarie con la que convive y contra la que lucha. Aunque tímida en las distancias cortas, su fortaleza y seguridad se palpan en sus palabras, en sus ideas. Cuando termina el turno de preguntas se levanta de la silla para terminar su intervención citando a otro gran activista de los derechos humanos, Martin Luther King:“Nuestras vidas empiezan a terminar el día que guardamos silencio sobre las cosas que importan”

Los aplausos de reconocimiento del público dicen que tampoco quieren silencio.